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En la encrucijada
El cantautor euskaldún Ruper Ordorika publica "kantuok jartzen ditut", su disco número catorce.
Es todo un veterano dentro de la canción de autor escrita en vasco. Y lo es a fuerza de redibujarse en cada obra y de saber llegar, con sus textos, mucho más lejos de la simpleza y la banalidad. Ahora, por fin, podemos pararnos a conversar con él y a mostrar un poco más a un personaje que, funcionando fuera de los circuitos mayoritarios, sigue manteniendo viva una manera sumamente personal de hacer música.
Por esas cosas del azar (o del destino, quién sabe) aún no habíamos podido tener una charla tranquila con Ruper Ordorika. Pero nunca es tarde porque este hombre de cuarenta y siete años no tiene ninguna intención de desaparecer del panorama musical euskaldún. Actualmente su obra se prolonga hasta los catorce álbumes, comenzando por aquel “Hautsi da anphora” que se lanzó en el año 80 y terminando por “Kantuok jartzen ditut”, lo que es, hasta el momento, su último y flamante disco. “En las fiestas de cualquier pueblo siempre hay un chico con gafas colocado a un lado del escenario, mirando. Yo era de ésos. La música siempre fue mi pasión. Y me tuvo que gustar mucho para que, al final, terminara poniéndome delante del público. Cuando yo era joven, cantar en euskera era, probablemente, lo más prohibido que había y puede que también me gustara por eso. Siempre que hablo de esto digo que soy una persona que está en el cruce de dos hilos: uno vertical, que me ata a mi tierra, a mis afectos, a mi gente, y otro horizontal, que me ata a mi tiempo, al rock como actitud”. Habla con tranquilidad mientras le da sorbitos al té que se acaba de servir. Aún sigue siendo el chico con gafas, aunque ahora es él quien se sube a los escenarios con una frecuencia constante. A lo largo de su trayectoria, Ruper ha canalizado en sus canciones todo aquello que, musicalmente, le agrada. Su primer disco llegó en plena transición, en medio de toda una generación de cantautores que provenían de la época franquista y que se quedaban sin argumentos en sus canciones. El, en aquellos días, se fijaba más en los poetas que escribían en euskera que en cualquier otro tipo de referentes generacionales. “Siempre he estado relacionado con la literatura. En los años 80 hice una pequeña revista en Bilbao con gente que, a la larga, ha terminado siendo muy importante dentro de la literatura vasca. Gente como Atxaga o Sarraonaindia. Musicar poemas ha sido también, para mí, una parte de mi aprendizaje y ahora considero que eso es un género aparte dentro de la canción. Una letra hermosa, por sí misma, no hace una buena canción, aunque sí supone una especie de cobijo. Yo, cuando era conquistado por un poema, le daba mil vueltas hasta que por fin encontraba la adaptación adecuada dentro de mi estilo”.
En “Ni ez naiz noruegako errege” (83) ya aparecían sus canciones propias y, al mismo tiempo, surgía el crecimiento musical y los viajes. “Bihotzerreak” (85) llegó tras una prolongada estancia en Londres y supuso el cierre de una primera etapa. Tras aquel álbum existiría un paréntesis de cinco años en los que la música vasca tenía una eclosión desbordante con lo que se dio en llamar el “rock radikal”. Algo de eso debió afectar a Ruper por cuanto su “Ez da posible” (90) era ya un disco muy cercano al rock. “Yo, al contrario que muchos, me considero aficionado antes que músico, así que… he escuchado y sigo escuchando mucha música. Todo lo que escucho me influye, pero, del mismo modo, ves que hay cosas que no hace nadie. A la hora de decantarme por lo que voy a hacer en un disco no suelo ser táctico y mis decisiones las tomo en base a cuestiones importantes que, quizás, a otro le parecen irrisorias”.
Otro viaje, éste a Nueva York, llegó tras la aparición de “Ruper Ordorika & Mugalaris” (92) y previamente a “Hiru Truku” (94), un álbum que giraba ciento ochenta grados y que ponía al cantautor en medio de su búsqueda dentro de la canción tradicional. “Es todo un continuo aprendizaje. Cada disco que he hecho era el tope al que podía llegar en ese momento, por lo que… avanzo continuamente. De todos modos, para quien me escucha, puede que aparente más lo que permanece que lo que cambia”, dice entre sorbito y sorbito. Hacer memoria no es complicado para él, aunque quizás ello se deba a que las vigas del edificio siguen siendo las mismas. A mediados de los 90 ya todo el mundo señalaba a Ruper como un “cantautor” independientemente de cuál fuera la temática de sus discos o sus capacidades expresivas musicales. “Yo me enteré de esa etiqueta cuando bajé a Madrid por primera vez. Es una palabra que considero acertada, aunque se aplica demasiado alegremente y pocas veces define lo que es un cantautor en sí. Hubo una época en la que, si te tildaban así, casi tenías que ponerte a pedir limosna: parecía que si eras cantautor tenías que tener barba, guitarra de palo y tocar con un pie apoyado en una silla. Aquello no se ajustaba en absoluto a la realidad, pero… De todos modos, a mí me da un poco igual cómo me llamen: me llaman rock, me llaman folk, me llaman cantautor…”
Habían pasado ya diecisiete años de su debut cuando apareció “Hiru Truku II” (97), un álbum con abundante colaboración de la escena folk británica y otro cierre de etapa en lo referente al acompañamiento musical de sus discos. A partir de entonces Ruper se enfrenta ante un capricho personal que, estéticamente, tendrá grandes frutos en el futuro. “Hace unos ocho años viví en Nueva York y conocí la escena del ‘jazz no oficial’, de la música improvisada. Me rondó mucho tiempo por la cabeza saber cómo funcionarían esos músicos con mis canciones y al final probé. Ya llevo tres discos con Jonathan Maron, Ben Monder y Kenny Wollesen, y no sé si me gusta más el resultado de trabajar con ellos o el proceso mismo de grabar. Tocan por la canción y me llevan a terrenos en los que encuentro fenomenal”.
Así nació “Dabilen harria” (98), un disco que, aun teniendo un excelente material en su interior, sufría ya considerablemente los efectos de una enorme cerrazón en los medios de comunicación españoles. Ruper, no lo olvidemos, siempre ha cantado en euskera. “Cuando empecé no se miraban esas cosas. Teníamos una actitud creativa y no nos planteábamos la parte sociológica del asunto, si llegaba o no a los medios de comunicación y esas cosas. De todos modos, sí recuerdo que yo sonaba en la radio y, a lo mejor, antes o después de mí, sonaba un cantautor cantando en gallego, en catalán o en castellano. Era mucho más normal”.
Los años 90 no fueron buenos para la difusión de la música que no fuera cantada en castellano o en inglés. Curiosamente, las cadenas de radio de cobertura nacional, pública o privada, cerraban sus oídos a todo aquello que mostrara la diversidad cultural española. “Si cantas en euskera asumes que siempre te tienes que estar explicando. Y no me importa, ya que lo considero también como un deber; ése no es el problema. Una vez escribí que ‘el progreso se basa en comerse unos a otros’. Era una frase irónica que se entendía desde el punto de vista de la economía pero que también es perfectamente achacable al mundo de la cultura. Creo que, de algún modo, el progreso está más en mantener eso que desaparece, no en globalizar las cosas sin más”.
El hecho, a nadie se le oculta, también tenía su origen en un condicionamiento político que ha ido alejando considerablemente a los responsables de las instituciones españolas y a los propios del País Vasco. Ruper, como todos sus compañeros de gremio y lengua, sufrió esas circunstancias hasta que fue encontrando su sitio. “Lo notas cuando empiezas a tener problemas para subsistir. Actualmente hay un deterioro de la comunicación flagrante y son malos tiempos para las minorías. Ahora, cuando me entrevistan de un periódico, lo suele hacer el encargado de las cosas étnicas o las músicas del mundo. Y debe ser porque canto en euskera, supongo”.
Independientemente del hecho social, está el personal. Ruper cuenta en el año 2000 con veinte años de trayectoria y carrera, sus músicos de estudio son diferentes a los que utiliza en directo y su repertorio ha ido cambiando generando numerosos referentes dentro de la iconografía musical vasca. Es por eso por lo que se graba “Gaur” (00), un álbum en directo recogido en noviembre del 99 en el Antzoki bilbaíno. “Era más el cambio de etapa de un grupo que un cambio mío personal. Las canciones cambiaban y era el momento de retratarlas tal y como habían llegado a ser. También era algo que se hizo en ese momento porque la tecnología lo permitía, porque mover un estudio móvil ahora no es tan caro como lo era antes. ‘Gaur’ fue un disco que funcionó muy bien y que refleja una determinada época. Es posible que ahora, con los nuevos músicos que me acompañan en los discos, sí esté en otra etapa diferente a aquélla, pero no lo sé muy bien”.
El té se acaba y va siendo hora de hablar de la discografía de Ruper en el siglo XXI. Esta comenzó con “Hurrengo goizean” (01), un disco que ahora se ve, de algún modo, complementado con “Kantuok jartzen ditut” (03). Ambos cuentan con los mismos músicos y ofrecen a un cantautor que, además de su mundo personal, retrata el tiempo en que vive. “Yo tengo un poco de las dos cosas… o me gustaría. Creo que es importante contar cosas que te atañan y que, aunque sean líricas, tengan su parte de narrativa. Todo esto me resulta bastante curativo porque, al final, lo básico es que sale de mí”.
En un momento en el que la canción de autor se ha vuelto a estandarizar como género dentro de las tiendas de discos, Ruper piensa que las etapas de altibajos que ha sufrido el estilo no se corresponden necesariamente con la realidad. “La canción siempre está ahí, aunque se plantee que es como un Guadiana que aparece y desaparece. Ya estaba ahí con los indios o con los egipcios, seguro. Yo sólo hago lo que siempre se ha hecho. Y si hay alguien que me escucha…”.
Hablar de “Kantuok…” es como hacer repaso, como mirar lo que Ruper ha decidido esta vez después de asimilar todo lo aprendido. “Siempre he tenido un gusto especial por los textos y por lo tranquilo, pero con el tiempo cada vez destilas más. Ahora me preocupa, por ejemplo, buscar mi voz más que estar pendiente de si soy o no original. En ese aspecto tengo claro que lo que haces pasa siempre por lo que has hecho y lo que intento es mantener el primer aliento de las canciones. Eso, de todos modos, no es tan fácil como el decirlo: siempre hay que aplicar el oficio y trabajar”.
El trabajo ha dado un fruto considerable y “Kantuok…” se convierte en uno de los mejores discos del año con una concreción y sonoridad arrebatadoras. A nivel de textos (traducidos en el libreto) aparecen las certeras miradas y las evidentes conclusiones. En “Zaindu maite duzun hori”, por ejemplo, se hace alusión al momento vivido y se escriben versos tales como “nadie me dijo lo complicado que es ser vasco”. “La minoría vascoparlante se siente actualmente señalada y se pone a la defensiva. La comunicación pasa por momentos difíciles y a mí, como a todos, me afecta. Este disco tiene que ver con esa situación. Creo que la canción es comunicación, crónica… justo lo que ahora nos falta”.
Como referentes musicales aparecen los mismos que en los últimos trabajos de Ruper, artistas clásicos que se han expresado estupendamente con la austeridad de la guitarra pero que han transmitido una actitud imponente. “Me encantó Elliott Smith, al que vi poco antes de que muriera este año. Me impresionó cómo llenaba todo utilizando únicamente la guitarra acústica. También disfruté mucho con Kelly Joe Phelps cuando le vi en directo: es un cantautor de blues buenísimo. Entre lo que he escuchado nuevo no he encontrado tantas cosas que me llamen la atención. Elliott, por ejemplo, me recordaba mucho a lo que dicen que era el primer Dylan, cuando hacía folk y arrasaba sólo con su guitarra. A mí me gustan los músicos con actitud y lo más normal es que, a la hora de opinar, siempre me equivoque porque casi todo me parece lo mismo. Destacaría, si tengo que destacar, a jóvenes músicos del jazz o a bandas como Radiohead. Creo que ahí hay más cosas de las que parece a primera vista”.
Ver a Ruper en directo es encontrarle en otro formato. Los músicos que le acompañan en sus actuales grabaciones no son los mismos con los que graba. Lejos de afectarle, el hecho le produce el placer de la variedad. Afortunadamente, como él dice, cada vez se hace menos anecdótico salir de Euskal Herria para actuar delante del público. Aunque su primer paso tras la grabación de “Kantuok…” será presentarlo en su tierra, también tiene previsto tocar en Galicia o Barcelona. En Madrid, con un poco de suerte, podremos verle en enero y será en un recinto inusual para el cantautor. En sus últimas visitas a Madrid Ruper ha tomado el Café Central durante una semana, pero en esta ocasión ve más interesante, de cara a la cobertura mediática, buscar un teatro para una solitaria actuación estelar.
Con todo, quienes disfrutan con su música en un recinto pequeño también tendrán, según nos cuenta, su oportunidad. Pero habrá que esperar un poco más.
Esteban Pérez